Ya desconfiaba de su novio hasta que decidió espiarlo bajo la cama, lo que sucedió no se lo esperaba..




Cuando una relación ha durado cierto tiempo es prácticamente imposible evitar caer en la rutina si no estamos dispuestos a alimentar el amor cada día. Comenzamos a levantarnos cada día y acostarnos por la noche junto a alguien por quien la pasión se ha acabado; vivimos de recuerdos del noviazgo, se pierde el revoloteo de mariposas en el estómago al tomar su mano entre las nuestras. Quizá incluso comenzamos a temer el que nuestra se enamore de alguien más y todo acabe.



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Con ese miedo vivía Sarah quien, luego de cuatro años de noviazgo y tres de vivir juntos, sentía que todo había cambiado en su relación. Quería saber si su pareja aún la amaba, si seguía enamorado de ella, si todavía daría todo por ella y si lograba aún ponerlo nervioso al estar cerca. Decidió ponerlo a prueba, le escribió una carta en un ataque de desesperación:

“Matthew. Lo nuestro ya no es lo mismo, la rutina nos ha consumido lentamente. Llegas cada día cansado a casa y no quieres estar conmigo, por mi parte yo prefiero salir los fines de semana mientras tú te quedas en casa viendo tus partidos. Dime, ¿hace cuánto que no salimos, porque has dejado de decir que me amas cada mañana? Ya no tocas mi cabello como antes, no siento tus caricias. Lo siento, te amo con todo mi corazón pero esto no puede continuar así”.

Sarah estaba tomando un riesgo enorme; pero ella quería ver si el hombre a quien amaba tanto haría todo lo posible por detenerla o si la dejaría ir sin más; si luchaba por ella estaría más segura de su amor.


Un par de horas después, cuando Matthew entró a la casa, no escuchó sino el silencio total; era extraño no oír el ruido del televisor o a Sarah cantando en la ducha. No estaba seguro de dónde podría estar, pero como últimamente casi no se decían nada no le dio mucha importancia y supuso que habría ido a casa de alguna amiga. Entró a su habitación, la luz estaba apagada, sólo una pequeña lámpara iluminaba una carta doblada sobre uno de los burós. Se acercó y la tomó entre sus manos y la leyó con calma un par de veces. Mientras tanto, Sarah estaba escondida bajo la cama atenta a la reacción que Matthew tendría.

Durante unos segundos Matthew permaneció en silencio pero entonces comenzó a brincar de felicidad, era como si la noticia más anhelada de su vida le hubiera sido dada en ese momento. Tomó su teléfono, marcó un número y dijo con voz alegre:

“¡Hola! amor, ¿qué crees? Por fin soy libre para estar contigo; mi novia se dio cuenta que lo nuestro estaba acabado y se fue de la casa para siempre, voy camino a buscarte”, y colgó. Entonces tomó un pedazo de papel, escribió algo en él y lo dejó sobre el escritorio.

Sarah no podía creer lo que acababa de presenciar. La impresión había sido tal que no fue capaz de hacer o decir nada mientras escuchaba todo desde su escondite. Sabía que las cosas con Matthew no iban bien, pero nunca se habría imaginado que se debía a una tercera persona; pero aún, él ni siquiera se había entristecido al leer la nota.


Salió de debajo de la cama con el corazón destrozado, surcos de lágrimas surcaban sus mejillas y esparcían el maquillaje por todo su rostro. ¿Cómo era posible que todos los años juntos se hubieran perdido así de fácil? De pronto vio la nota sobre el escritorio, no estaba segura de querer leerla pero, luego de un par de minutos de vacilación se decidió; la sostuvo en sus manos y leyó en voz baja:

“¡Hey, graciosa¡ ¿Te doy un consejo? la próxima vez que intentes ponerme pruebas procura que tus pies no sobresalgan por debajo de la cama. Estas loca, ¡te amo!… fui a la tienda”.

El miedo y las propias inseguridades pueden convertirse en nuestro peor enemigo. No dejes que te atormenten y procura en cambio disfrutar de cada segundo. Recuerda que las obligaciones de la vida diaria pueden llegar a apagar la flama, pero está en ti y en tu pareja trabajar cada día para mantenerla encendida.

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